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¿Cómo puedo conseguir tener un rato de oración diario?|| "La Iglesia te escucha"

Don Francisco de Borja Redondo, Director Espiritual Adjunto del Seminario Conciliar «San Pelagio» nos responde hoy a la pregunta realizada por Lucia de ACG
Lo primero, una sencilla definición. Santa Teresa del Niño Jesús, en el Manuscrito C de su "Historia de un Alma", escribe lo siguiente:

"... [25rº] Para mí, la oración es un impulso del corazón, una
simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud
y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio
de la alegría. En una palabra, es algo [25vº] grande,
algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús...".

Por tanto...

Para "hacer oración" hay que querer hacer oración.
Hay que empeñarse en hacer oración.
Hay que poner los medios eficaces para hacer oración, para posibilitar un "espacio", un tiempo, un lugar, una disposición interior tal que efectivamente se posibilite en la práctica que se pueda hacer oración. Hay que pretenderlo deliberadamente. Hay que defenderla (a la oración) con todo nuestro ser. Para ello he de planteármelo en serio. Hacerme un horario en el que esté presente el lugar donde la haré y el tiempo que le dedicaré. He de poner los medios que me la aseguren y protejan de las dificultades que la puedan dañar. 
He de estar en Gracia. Confesado y unido al Señor. He de quitar los obstáculos que me la impidan o me la imposibiliten. Para rezar se necesita el corazón. Orar es Amar. ¿Dónde está mi corazón? Si no está en Dios no puedo estar con Dios. Hay que quitar los impedimentos. Hay que dejar de pensar que Jesús esté lejos. ¡No está lejos!
Lo repito: para la oración hace falta el corazón. ¿Dónde está tu corazón?
Para orar se necesita el corazón y si está mal ocupado no se pude orar. Pon bien tu corazón, únelo a Jesús. Quita lo que te separe de Él. Confiésate. Ama a Jesús.
Ejemplo de la calefacción: en la caldera está la producción del calor; por las tuberías llega el calor a los radiadores; los radiadores mantienen calentita toda la casa.
Aplicación: la caldera es la oración. Produce la unión con Dios. Debe mantener la casa (es decir, la vida, la jornada) llena del Amor de Dios, como los radiadores mantienen la casa con calor. Me pregunto que a veces noto la casa fría (es decir, no vivo con el calor del amor de Dios) aunque haga oración, ¿por qué? Porque hay puertas y ventanas abiertas que imposibilitan mi unión con Dios (los radiadores), aunque la caldera me parezca que esté funcionando (creo que hago oración). Por tanto: ¿Qué corrientes de frío (pasiones, odios, enemistades, orgullos, enfados, etc.) hay en mi vida? Con esas "corrientes", ¿cómo habrá calor, cómo haré una oración que caldee la vida con el amor de Dios?

Ahora algo más "elaborado":

Emilio M. Mazariegos. La aventura apasionante de orar. CVS 1985. 2ª Edición, pp. 140 ss.
 
Unas pistas para orar (Capítulo 9 de la segunda parte del libro)
 
Es difícil dar respuesta a quien quiere un método único, definitivo para orar. Porqué quien ora en el creyente es el Espíritu de Jesús. Con todo, como unas pistas, como un camino, indicamos algo práctico para orar, para hacer oración de interioridad, esa oración del corazón.
 
Lo primero es QUERER ORAR. Es esencial. Determinarse a que la oración entre en la vida con fuerza, como algo esencial y definitivo. Y este querer orar hace que la vida «pare». Porque para orar hay que parar. Sin miedo a lo «in-útil», sin miedo a perder el tiempo, sin miedo a una falsa eficacia que se consigue a base de «hacer». Querer orar es tener la conciencia de que la oración es la fuerza interior de la acción, de que el amor que doy en la acción es alimentado originariamente por la oración.
 
Lo segundo es BUSCAR UN ESPACIO ORACIONAL. Buscar un ambiente externo que ayude al silencio, al encuentro. Buscar un silencio interno que me ayude a concentrarme, a centrarme en mi interior. Para orar tengo que ir a la «soledad». Y en la soledad tiene que surgir el «silencio». Pues, lo que la palabra es a la comunidad, el silencio es a la soledad. Hacer soledad, entrar en ella, vaciarme, despojarme, serenarme, silenciarme. Esto es, pacificarme, armonizarme, hacer unidad de mi persona. Sin ser muy detallista tengo un sitio donde estoy a gusto para orar. Silencioso. Cuido la tonalidad de la luz. Libre de cacharros. Tengo una hora que me va bien. Sea a la mañana o al caer el día. Me marco un tiempo diario. Soy fiel a los minutos de ese tiempo. Soy fiel aunque esté aburrido.
 
Lo tercero, SOY CONSCIENTE DE MI MISMO. Con otra expresión: me concentro, intento tomar conciencia de mí, de saberme aquí y ahora, de estar presente, atento, despierto, vigilante, totalmente, todo entero. Sereno mi ser. Sereno mi mente, mi corazón, mi afectividad, mi voluntad, mi cuerpo, mi espíritu, mi alma. Me pacifico. Me «tengo a mí mismo». Con mi ser verdadero, auténtico, como soy, con mis cosas positivas y negativas. Tomo conciencia de mi pobreza, de mi «barro», de mi fragilidad, de mi nada. Me relajo, me abandono, me libero. Estoy. Estoy con esfuerzo pacífico. Estoy presente.
 
Este momento de la oración es muy importante. Es la ascesis de entrar dentro. Es el punto de arranque de ser yo el que esté allí para entablar un encuentro, un diálogo. Sin presencia no hay diálogo. Esta experiencia profunda con uno mismo lleva a encontrarse con El Otro, con Dios. Al intentar centrarme en mí, llego a tocar el centro de mi vida. Y Dios está en ese centro. Ahora estoy centrado en el Centro. Comienza la oración.
 
Comienza el diálogo.
 
Lo cuarto es: SOY CONSCIENTE DE DIOS. Tengo claro que Dios está presente. Que Dios, en Jesús, está en mí. Que mi vida está en la suya y la suya en la mía. Tomo conciencia de que Dios, en Jesús, viene a mi encuentro. Y que le gusta estar conmigo. Y que quiere estar conmigo. Consciente de que Dios, en Jesús, me ama, es mi Amigo, está dentro de mí porque me ama. Esta realidad de que Dios está presente en mí, en Jesús, me lleva a abandonarme a Él, a entregarme a Él, a centrarme en Él, a escucharle, a poner los ojos en Él, a mirar que me mira, confiar, a contar con Él. Esta presencia de Dios puede ser desde el pensar en Él con amor, desde un sentimiento que tengo sin más, desde una mirada silenciosa sin más, desde una mirada intuitiva sin más, desde una fe despierta que me dice que sí, que está en mí.
 
Lo quinto es HACER ENCUENTRO. Yo estoy presente con mi pobreza, con mi barro. Estoy presente pobre, humilde, vacío. Estoy presente lleno de esperanza, lleno de ternura y cariño por El. Estoy presente y sé que Él es mi Origen, mi Guía, mi Meta. Estoy presente y me olvido de mí. Pongo los ojos en su don, que es Jesús. Estoy presente en su presencia. Y Él lo es todo para mí. Él es el Sol, la luz inmensa. Él es mi mar; yo, la gota de agua. Él es mi desierto; yo, granito de arena. Él es el azul estrellado; yo, una pequeñita estrella. Él es Dios; yo soy su criatura. Él es mi Padre; yo soy su hijo. Yo soy su hijo en el Hijo amado, Jesús. Estoy consciente de que en este encuentro, quien lo realiza es el Espíritu santo, que es la comunicación, la unión, el amor de Dios. Y me tranquilizo, me pacifico, porque sé que todo va a depender de Él, aunque yo ponga toda mi vida, todo mi ser para realizar el encuentro.
 
Y en este encuentro surge el «diálogo». Un diálogo que será de decir de vez en cuando algo. Por ejemplo: «Jesús, tú me amas», «Jesús, yo te amo». Y callarse de nuevo. Y volver otra vez a repetirlo con paz, tranquilamente, sosegadamente. Con un ritmo que el interior va marcando. Y en este diálogo tengo «la mente y el corazón» puestos en Dios, sin perderlo. Y me distraigo y vuelvo otra vez. Así es el amor. 0 sencillamente me gozo en un sentimiento interior que me dice que Dios me ama. 0 estoy presente y le doy presencia. 0 le miro que me mira. Siempre soy consciente de que JESÚS está en mí. De que el encuentro con Dios es en Jesús. Y no pierdo esa presencia viva, maravillosa de Jesús. Y mientras no la pierda estoy orando, porque estoy dialogando, estoy en encuentro, estamos los dos. Los DOS presentes. Y El con más fuerza que yo. Con paz me abandono en las manos de Dios, que es Jesús. Y con paz oro. Una paz serena pero despierta.
 
Un sexto paso es ABANDONARSE A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO. Es muy importante tener conciencia de que quien ora en el encuentro con Dios es el Espíritu de Jesús. Y que Él nos va a conducir a Jesús. Y que El despertará nuestro corazón a Dios. Y que El realizará en nosotros las maravillas que Jesús hizo por nosotros. Y que Él nos tocará el corazón con la palabra, con el silencio, con el sentimiento, con algo que Él nos trae a la mente, con la conciencia de que somos pecadores, con la alegría de que Dios es nuestro Padre. Él nos hace experimentar sus dones y sus frutos. Nos mete en experiencias de paz, de gozo, de perder el sentido del tiempo, el sentido del lugar... todo ello, en experiencia de Dios.
 
Es bueno decir «Ven Espíritu santo», «Ven», «Manifiéstate», «Dirige mi oración», «Condúceme a Jesús», «Abre mi corazón a Jesús»...'una de estas expresiones repetidas una, varias veces con paz, con sosiego, con insistencia. Es bueno saber que todo lo que pasa en la oración es el Espíritu de Jesús quien lo realiza, aunque no nos demos cuenta de ello, pues el Espíritu siempre actúa en lo escondido, pues Él es «Lo oculto» de Dios. Abandonarse a su acción para que Él realice ese trabajo de identificarnos poco a poco con Jesús en su manera de pensar, de amar, de sentir, de ser.
 
Un séptimo paso es CENTRARSE EN JESÚS. Es lo esencial de la oración. Es la única oración cristiana. Es esencial porque la oración es encuentro, es diálogo, es presencia. La oración no es una idea, ni un sentimiento perdido. La oración es la experiencia de Dios en JESÚS. En Jesús y sólo en Jesús. Por eso, durante la oración todo tiene que estar centrado en Jesús. Todo tiene que estar referido a Jesús. Los ojos, en Jesús. El corazón, en Jesús. La mente, en Jesús, El ser, en Jesús. Un Jesús, que me ama. Un Jesús que ha entregado su vida por mí. Un Jesús, a quien escucho o a quien hablo. Un Jesús con su HUMANIDAD. Un Jesús de Nazaret. Un Jesús-Cristo resucitado. Glorioso. Un Jesús Dios y hombre. Un Jesús real. Jesús es el CENTRO oracional. Esta realidad tiene que estar muy clara. Entonces se va con gusto a orar, a estar con Jesús. Y no a pensar en ideas sobre Jesús. Entonces la oración tiene gancho. Entonces la oración «sabe».
 
Un octavo momento es AGARRARSE A LA PALABRA DE DIOS. Ella es el «soporte» de la oración. Ella es quien despierta el corazón para orar. Ella es quien comunica vida, luz, fuerza a la oración. Ella es quien alimenta la fe del orante. Ella es quien hace presencia de Dios. Ella es quien nos introduce en el misterio de Dios. Ella es quien nos revela a Jesús. Ella es quien nos ora.
 
Seguir la Liturgia. Seguir los textos bíblicos de cada día. O los del domingo, como alimento de toda la semana. Ella nos va conduciendo en el seguimiento de Jesús. Un Jesús vivo a través del año litúrgico. Un Jesús dentro de una Historia de salvación. Un Jesús que habla, que hace, que siente, que vive. Un Jesús que de nuevo se hace presente en acción salvadora. Para ello es bueno leer los textos bíblicos de la liturgia de la Palabra de cada día. Leerlos con paz, en actitud de escucha. Leer desde esas frases del «introito» o la «comunión» que tan sabrosas son para orar, pasando por la primera lectura, seguida del Salmo, tan propio para orar, y el Evangelio. Normalmente existe unidad de tema entre los tres textos. Pero hay que leer los tres en «clima de Jesús», referidos a Jesús, centrados en Jesús. Luego quedarse en silencio. Dejarse conducir por el Espíritu. Que él nos sitúe en algún aspecto del texto, en un pasaje que más nos llega en ese momento, en una expresión o palabra que más nos dice. Y centrarse en ella. Y cogerla desde la mente y meterla en el corazón. Y repetirla, como un «mantra», varias veces, muchas veces, haciendo silencios entre las repeticiones. Con más fuerza decirla o menos. Con más ritmo o con menos. Como jugando con ella. Y centrada en Jesús. Dejándose caer en el mantra. Por ejemplo, al orar con la bella oración evangélica: «Señor Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pobre pecador», yo puedo comenzar por decírsela a Jesús entera, varias veces. Luego me quedo algo en silencio, como escuchando el eco, o como saboreando lo que me dice sin palabras, o como gustando el sentimiento interior de humildad o confianza que ha despertado en mi corazón. Si me distraigo la vuelvo a repetir y repetir para que cale, para que empape la tierra de mi pobre corazón. Luego, tal vez no sienta necesidad de decir la frase entera. Hasta me molesta decirla entera. Entonces me dejo llevar y puedo orar con «Señor, Jesús», que repito varias veces. O «Señor de mi mente», o «Señor de mi vida». O bien con «ten compasión de mí». «De mí, Jesús». O «Señor, soy pecador», o «Mira mi pobreza». O bien hago confesión de fe y digo «Tú, Jesús, eres Hijo de Dios». «Tú, Jesús, eres Señor de la Historia». «Señor». «Jesús». «Ten compasión». «De mí». «Soy pecador». «Jesús»... De esta manera voy interiorizando la Palabra de Dios, pero referida siempre a Jesús.
 
Es sencillo orar con la Palabra. Cuando uno se habitúa, luego casi no sabe orar sin ella. La Iglesia siempre ora con la Palabra de Dios. Es su pedagogía oracional. Y el creyente tiene que orar con el corazón de la Iglesia. Otro ejemplo puede ayudar a ese orar con la Palabra. La Palabra desde un hecho evangélico, un acontecimiento donde Jesús ocupa el centro de la acción. La Palabra desde una carta, un texto donde la idea domina. Y un salmo, que recoge la oración del pueblo antiguo, pero que es preciso actualizarla en Jesús.
 
Vamos al hecho evangélico. Oramos con el encuentro de Jesús con la Samaritana. Es de Jn 4,1-42. Yo me sitúo. Me imagino los hechos después de una lectura reposada, que recuerda el acontecimiento y lo hace presente. Aún más. Más allá de contemplar des fuera ese hecho me meto dentro. Y «yo soy la samaritana» que se encuentra con Jesús. Y todo pasa entre Jesús y yo. Este es el hoy vivo de la Palabra. Y me dejo caer en aquellos espacios del texto que más me llegan, más han despertado mi corazón en ese momento. Cojo la frase o hecho que sea y los repito como mantra. Por ejemplo: «Dame que beba», «Si conocieras el don de Dios», «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed», «Señor, dame de esa agua», «Señor, tú eres un profeta», «Señor, tú eres el Mesías, el Ungido», «Yo soy, el que habla contigo». Una de esas expresiones la hago mía, y la repito como antes con la oración evangélica.
 
Luego, a partir de la Palabra evangélica puedo orar con expresiones de mi vida: «Jesús, que mi corazón tenga sed de ti». O de un salmo que traigo»: «Señor, mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca, sin agua». 0 bien: «Señor, dame de beber el agua de tu Espíritu». O «Señor, tengo sed de vida eterna». «Señor, despierta en mí la sed del amor, de la caridad, del acercamiento a los hombres». «Señor, arranca de mi corazón los maridos, los ídolos que tú sabes que tengo». «Señor, tú eres mi agua viva». Entre silencios y expresiones oracionales dichas con los labios o sólo con la mente o con un sentimiento en el corazón, yo voy interiorizando. Pero que la presencia de Jesús siempre esté en el Centro de todo.
 
Puedo orar con un texto de una Carta. Por ejemplo: Col. 3, 1 -17. Hago como antes. Luego me sitúo en la Palabra. «Jesús, tú has resucitado», «Jesús, que yo busque lo de arriba». «Señor, mi vida está escondida contigo en Dios», «Jesús, tú eres el hombre nuevo». «Jesús, arranca de mí el hombre viejo». «Jesús, en ti he sido elegido», «Jesús, dame tu paz». «Jesús, hazme sencillo, humilde»... Todo lo hago en referencia a Jesús. No pienso en las cosas sino que las siento, las vivo, las meto en el corazón. Y desde allí oro con la Palabra. Pero centrada en Jesús.
 
O puedo orar con un Salmo. Por ejemplo: Salmo 27 [26 del Breviario], «El Señor es mi luz y mi salvación». Lo leo entero. Con paz. Luego me sitúo en El y lo hago en referencia a Jesús. Por ejemplo: «Señor Jesús, tú eres mi Luz». «Jesús, tú eres mi salvación». «Jesús, tú eres la defensa de mi vida». «Jesús, busco habitar en tu casa, en el corazón del Padre». «Jesús, escúchame, te llamo, te busco». «Busco tu rostro' Señor». «Señor, manifiéstame el rostro del Padre». «Tú, Señor, eres el Dios de mi salvación. No me abandones». «Señor, tú eres el Camino». «Señor, haz que ande por tus caminos». «Espero en ti, Señor». «Dame, Señor, un corazón valiente, animoso». Una de estas expresiones, o alguna más puede ser el alimento del encuentro oracional.
 
Al contacto con la Palabra de Dios el corazón se va despertando y la Palabra se hace «llamada» y el corazón del orante entra en clima de «respuestas». Surge en el corazón, aun sin proponérselo, las infidelidades, las enemistades con Dios y los hermanos, las barreras que separan a «Jesús y la samaritana (yo)». Surgen las «sedes» del corazón, y las falsas aguas en que busco saciar la vida. Surgen «las cosas de abajo» que me tiran a vivir en el pecado y mis orgullos y falta de delicadeza para el prójimo. Y mi hombre viejo. Y mis sombras. Y mis miedos. Y mis angustias y temores. Surge todo porque la Palabra de Dios, en la acción del Espíritu, despierta la vida en su ser total, esperando la MISERICORDIA de Dios. Y surge el deseo de cambiar, de ser más de Jesús, de que Jesús sea el Señor de mi mente, de mis ideas, de mis quereres...
 
Y viene, por fin, la respuesta, la conversión. Porque la oración lleva siempre a cambiar de vida, a modificar las actitudes, a vivir cada vez más según el estilo de vida de Jesús de Nazaret.
 
Un noveno momento será el de PEDIR AYUDA Y AGRADECER. Pedir ayuda al Espíritu de Jesús para cambiar de vida. El de contar con la fuerza del Espíritu de Jesús para que todo lo que en luz y paz se ha visto en la oración, ahora se lleve a la vida con fuerza y paz. La salvación hecha en nosotros por la acción del Espíritu de Jesús. Pedir en concreto ayuda para, por ejemplo, cambiar en la actitud de orgullo: «Espíritu santo, dame tu don de caridad, para que sea más amable», «Espíritu de Jesús, acompáñame durante este día para que viva en humildad en tal y tal circunstancia que hoy voy a vivir». Esta presencia del Espíritu nos ayudará durante el día a vivir en clima de oración. Es bueno sintetizar la oración en una frase bíblica que repito durante el día con cierta frecuencia. Por ejemplo: «Jesús, espero en ti, dame un corazón valiente». «Señor Jesús, tú eres mi Luz». «Jesús, eres mi agua viva».
 
Juntamente con la ayuda pedida es bueno agradecer. Agradecer porque el encuentro de oración ha sido hecho en gratuidad, porque el corazón se ha sentido más salvado por Dios, porque la vida ha cobrado más fuerza en el Dios que nos salva, Jesús. Agradecer esos momentos de luz que se han tenido. O de Jesús y su gracia o de nuestro pobre corazón y vida. Por ejemplo: «Gracias, Jesús, porque me has manifestado tu rostro». «Gracias, Jesús, porque te necesito». «Gracias, porque tú sacias mi sed».
 
Por fin, un décimo momento será el del COMPROMISO. Oración que no cambia la vida no es oración. Oración que se queda en mero sentimiento o idea, será otra cosa, pero no oración cristiana. La oración cristiana tiende siempre a la conversión del orante. Y convertirse en cristiano es ir asumiendo en la propia vida EL ESTILO DE VIDA DE JESÚS. Cada vez más mansos. Cada vez más humildes. Cada vez más comprensivos. Cada vez más misericordiosos, puros, alegres, pacíficos, comunitarios, trabajadores por la justicia, pobres de corazón. La oración nos convierte a la vivencia de las Bienaventuranzas como estilo y programa de vida. La oración lleva a las OBRAS. La oración nos mete en la práctica de las VIRTUDES. ¿Es bueno un compromiso, al final de la oración para el día? Tal vez al principio, sí. Un compromiso concreto. Si, por ejemplo, he meditado en el hecho de la Samaritana, puedo tomar el compromiso de, en tal y en tal momento del día, «ser más cercano» a fulano y fulano, tener una relación más cuidada, ya que normalmente no la tengo, la rehúyo, no me relaciono con él. De esta manera, y la frase que puedo repetir, tomada de la Biblia, me ayudará a ser real en mi vida.
 
Son apenas unas pistas que ayuden a orar. Parecen muchas, pero se sintetizan fácilmente. Están desglosadas, pero surgen sin querer. Ha sido como un abanico abierto, pero es lo mismo que el mismo abanico cerrado. Todo está unido. Son doce barritas del abanico o diez, pero todas ellas unidas por «esas tiras», ese amor que da la unidad, crea armonía y hace que sea eso, abanico y no otra cosa. Una cosa cierta: el que ora es como el barro. Dios es el alfarero. El que ora es el creyente que, lleno de esperanza, pone su pobre barro en las manos del Alfarero para que haga de él la obra que desee hacer. Una cosa es cierta: el orante, en manos de Dios Padre, llegará a ser, por medio de esas manos (el Espíritu santo), una obra maravillosa, una obra según el estilo de Jesús de Nazaret.

Por Auxi Ruz 22 feb, 2024
Los Delegados del Sur de España se reunieron el pasado 20 de Febrero en el Seminario Menor "San Pelagio" con el Obispo de Guadix Monseñor Francisco Jesús Orozco. Varios fueron los temas tratados, siendo muy importante el informe realizado por los Delegados representantes de la zona Sur que habían participado en el Consejo Nacional de Jóvenes y entre los que destacaba la próxima puesta en marcha de un Proyecto Marco. El Obispo de Guadix les recordó que en este tiempo de sinodalidad, el papa Francisco nos llama a "crecer en comunión". Se acordó la creación de un consejo permanente para las diócesis del sur y se comenzó de manera ilusionante a dar forma a un gran proyecto, un encuentro que se celebrará cada tres o cuatro años y en el que participaran todos nuestros jóvenes.
Por Auxi Ruz 22 feb, 2024
Del 16 al 18 de Febrero tuvo lugar en Madrid el Encuentro Diocesano de Laicos sobre Primer Anuncio, bajo el lema "Pueblo de Dios, unidos en misión" y organizado por la Comisión Episcopal para Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española. En este encuentro han participado 40 Obispos y mas de 700 personas de distintas realidades. Entre el grupo de las distintas realidades de la Diócesis de Córdoba que ha participado, se encontraba Laura María Medina, voluntaria de nuestra delegación. Laura nos ha explicado como han recibido herramientas que ayudan a llevar a cabo el Primer Anuncio y el Acompañamiento. Ha supuesto un fin de semana intenso y enriquecedor en el que según nos explica se queda con tres acciones: oración, escucha y esperanza. Ahora toca poner en marcha lo aprendido y transmitirlo a los voluntarios de la dele.
Por Auxi Ruz 09 feb, 2024
Celebra San Valentín en el Adoremus de novios, organizado por la Delegación de Juventud, la Delegación de Familia y Vida y el Proyecto Camino de Caná. Tendrá lugar el jueves 15 de febrero a partir de las 21.00 horas en la "Capilla de San Juan Pablo II"
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